Deberíamos levantarnos y atrapar esos momentos mágicos que nos ofrece cada día, que siempre los hay y a menudo son los más simples. Estoy disfrutando de un puente sin tener apenas planes, y eso es una gran noticia. Corremos de un lado para otro entre semana para hacer lo mismo los fines de semana también, por la necesidad que tenemos hoy día de tener que estar haciendo siempre algo. Nos rodeamos de gente y actividades para no estar a solas con nosotros mismos, cuando ese ser que llevamos dentro, es nuestra mayor compañía, para bien y para mal.
Hoy día trabajamos más que nunca por menos, es decir, en proporción a lo que antes se ganaba por lo mismo. No basta con sacar adelante tu trabajo sino que hay que dejarse la piel en él, regalar horas, hacer más con menos medios. Y aún así parece que nunca es suficiente. Es muy difícil encontrar el equilibrio, pues todos están igual, y la competencia es feroz: si no lo haces tú lo hará otro. Y ahí estamos, semana tras semana. A mí, sin darme cuenta, se me está echando el verano encima, que traerá sus sorpresas también. Y sin embargo trato de atrapar estos días de luz eterna que tenemos aquí en esta época del año, en los que amanece a las cuatro de la mañana y anochece a casi las 11 de la noche. Porque en nada será invierno otra vez.
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