martes, 10 de marzo de 2015

La Alhambra, una y otra vez

Si hay un sitio en España al que puedes ir mil veces y te seguirá dejando boquiabierto es la Alhambra. Ayer tuve la suerte de visitarla por quinta vez en mi vida y volví a dejarme embrujar como la primera vez. La magia de la Alhambra te deja apabullado ante tanta belleza y aunque el lugar es el mismo siempre, la visita es cada vez distinta dependiendo de con quien vayas. Esta vez he ido con mis hijas y me hacía mucha ilusión mostrarles algo tan bello del país al que pertenecen por vínculo materno, aunque no por residencia. Les encantó, no me cabía duda, y les aseguré que no será la última vez que irán; y asintieron, y de eso tampoco me cabía duda. También yo volveré, de eso estoy convencida, porque siempre habrá visitas posibles y necesarias, con otros acompañantes, a lo mejor en algún momento incluso con mis nietos, como me dijo una de mis hijas, que iban además de conmigo con sus abuelos. Para eso falta, y está bien así. Y estoy segura que volveré antes de esa visita también.

Granada tiene algo. Conserva la impronta árabe y uno puede imaginarse lo que les costaría a los árabes entregar la ciudad. También el hecho de que los Reyes Católicos estén enterrados ahí y no en Castilla, dice mucho. Todo lo hicieron "por Castilla" pero sus huesos reposan en Granada, como prueba de que Granada fue cosa muy seria para ellos. Por suerte no plantaron un altar de oro en la Alhambra, como se hizo en la Mezquita de Córdoba, ni mandaron destruir la Alhambra para construir una catedral o un ermita de peregrinación. Capaces hubiesen sido, y hay que agradecerles tanta lucidez. Sin embargo muchas mezquitas fueron destruidas y se construyeron en su lugar iglesias, como alguna por la que pasé en el Albaicín.

Pero si hubo un momento que me emocionó especialmente fue la vista de la Alhambra desde el mirador de San Nicolás de noche. Nunca la había visto de noche, alumbrada. Fue un momento en el que me sentí muy pequeña y en el que pensé que la vida se nos pasa y que tenemos que aferrarnos a las personas que queremos y sentir con ellos. A veces nos obcecamos con tonterías y no vemos más allá de nuestras narices, y sin embargo están todos y está todo hay. Solo hay que ir hacia ellos y dejar que ellos vengan a uno.


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