miércoles, 12 de noviembre de 2014

Una de globos biodegradables

Con emoción seguí el domingo por la tarde la retransmisión en directo de la conmemoración de los 25 años de la caída del Muro de Berlín. No por tardar en hacer una reseña del aniversario de tal fecha histórica es menor la importancia que le doy. Vi por televisión las imágenes de esa instalación de globos con luz que dejaban volar uno a uno las personas que los apadrinaban con la mirada alemana que me permiten mis casi 25 años aquí. Eran biodegradables, explicaron en televisión, por si todos los alemanes estuviesemos preocupados por los daños al medioambiente que pudiesen causar. Qué tranquila me quedé. No porque estuviese yo preocupada por los efectos negativos que pudiesen tener los miles de globos sobre el planeta, sino porque una vez más aquí se piensa en lo que yo ni siquiera me planteo. Pero es que hasta a eso estoy acostumbrada.

Me emocioné al oír a la orquesta dirigida por Daniel Barenboim tocar "La canción de la alegría" mientras volaban los globos. Y se me pusieron los pelos como escarpias al pensar que para el 50 aniversario tendré 70 años. No es que en ese momento fuese importante, pero debí pensar cuando llegué a Alemania con 20 años que al cumplirse el 25 aniversario de la desaparición de la frontera entre las dos Alemanias tendría 45 años, pero no me lo planteé. ¡Las bondades de la juventud! No nos imaginamos que el tiempo es tan breve y se lleva todo por delante. Hasta el Muro.

Han sido unos días para recordar lo que ocurrió ese 9 de noviembre de 1989 y los días de antes y después. No todo ha salido bien tras la caída del Muro, pero si algún país es capaz de organizar un tinglado asi de unir dos países, ése es Alemania, para bien y para mal. El resultado es muy vistoso y los alemanes lo han (o hemos) celebrado estos días con orgullo. No es para menos. Y si encima ha sido con globos biodegradables que, además, al volar dejaban de gastar luz, mejor aún.

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