jueves, 7 de abril de 2016

A todos ellos

H. es un hombre mayor encantador y educado, que ha hecho del español un entretenimiento durante varios días a la semana, con clases en grupo, privadas, o con otro compañero, con el que se junta a estudiar y pasar el rato, este otro también un señor educado y cortés. A H. le sale a menudo la melancolía por la esposa que perdió por esa maldita enfermedad hace años, y porque su único hijo vive en otro continente. A J., con el que estudia H., le sale un humor muy fino que me hace reír a la vez que, con la sonrisa picarona que me muestra, me hace preguntas "existenciales" tan agudas, como que para qué necesita aprenderse ciertas cosas, porque razón a veces no le falta. J. aprende español de la misma manera como supongo que disfrutará de cualquier cosa que hace. Hay gente que tiene ese don.

P. es cirujano. Durante años contaba el tiempo que le quedaba para la jubilación y hablaba con amargura de los intríngulis de los hospitales, o contaba con humor negro lo que ocurre a veces en la sala de operaciones, diciéndonos que, si supiésemos muchas cosas, no nos dejaríamos tratar nunca en los hospitales. Aprende español con la distancia que le da su antigua profesión y coge las cosas que yo digo en clase con bisturí y las maneja con precisión, mirándolas como quien analiza una radiografía.

B. es una mujer muy trabajadora que aprende con una sonrisa en la boca. Sin embargo se le nota una cierta melancolía cuando habla de antiguos viajes o momentos compartidos con un compañero de vida que ya no está. Jamás le preguntaré qué pasó para que ahora viva sola. Pero da gusto oírla contar de su grupo de rock and roll o de sus viajes en grupo. Aprende español para viajar, aunque donde menos va es países hispanohablantes. Supongo entonces que será como el rock and roll.

N. y N., casados en segundas nupcias, son una pareja que comparte una felicidad extrema y que lo transmiten al mundo. Trabajan como cosacos, pero en su tiempo libre lo dan todo el uno para con el otro y ambos como anfitriones para sus amigos. No tienen tiempo de estudiar español pero ahí siguen, y sin poner nunca una mala cara por nada.

J.  tampoco tiene tiempo. Jamás pensé que aguantaría tanto y ya lleva 4 años. Ha faltado mucho, llega tarde, pero viene, y sabe estar. Es la típica mujer alemana que tras criar a sus hijos, ya adultos, vuelve al mundo laboral con furia, y trabaja y trabaja, y viaja por negocios, a España, por cierto. Yo creo que no tiene tiempo ni de ir de vacaciones. Pero sigue, y seguirá.

H. es una catedrática de universidad jubilada. Es una mujer curtida por a saber cuántas cosas de la vida. No tiene hijos, pero un marido enfermo de Alzheimer. Hace poco me comentó que lo acababa de meter en una residencia, "Era o él o yo", me dijo. En eso los alemanes quizá saben tomar esas duras decisiones mejor que los latinos, a los que la sociedad nos educa para tener sentimiento de culpa, mientras que en la mentalidad alemana ante todo es el yo. Hace tiempo que he dejado de pensar que eso sea egoísta. Es que H. tiene razón: a su marido enfermo no le sirve de nada si ella se queda en el camino. Aprende español para esos viajes exóticos que ha realizado con su marido enfermo.

Estos son tan sólo un par de ejemplos de la gente tan estupenda que veo semana a semana. Hay, ha habido y habrá más personas así que le dan sentido a mi trabajo. Gracias a todos ellos.

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