Estoy muy adaptada a este país pero sé de qué pie cojea. Me manejo sin problemas en una lengua que no era mía pero que se ha convertido en propia y en una segunda manera de expresarme sin trabas. Me sorprende no esperar amabilidad en los extraños y si no me la dan, me comporto como ellos y no me callo. La semana pasada me encontraba en una tienda fotocopiando para mis clases cuando un hombre mayor se me puso todo impaciente a la manera alemana, sin decir nada, pero demostrando su malestar, porque quería fotocopiar donde yo estaba haciéndolo. Le indiqué amablemente que había no muy lejos otras dos máquinas fotocopiadoras. Me dijo todo malhumorado que una estaba defectuosa, a lo que le repliqué de nuevo amablemente que la otra fotocopiadora, aunque ponga que es en color se puede utilzar también para fotocopiar en blanco y negro. Entonces me dijo todo antipático: "Pero quiero fotocopiar aquí", a lo que le respondí toda antipática que era un borde y que al menos podía haberme dado las gracias por querer ayudarle y no que encima me recriminaba, y que entonces lo sentía, que yo tenía para largo. No dijo ni una palabra y al cabo del rato se fue. Yo seguí sin inmutarme y convencida de que aunque viva mil años no entenderé que sin querer hablar apenas te exijan siempre tanto, pero luego, cuando les mandas callar, suelen bajárseles los humos.
Me ha costado mucho aprender a defenderme y sigo entrenando, a base de palos, pero he aprendido a no callarme cuando toca hablar, a protestar cuando se trata de defenderme a mí o a los míos, pero también pienso que extranjeros como yo damos color a este país tan estructurado. Es, supongo, una simbiosis de la que nos beneficiamos ambos, para bien y para mal.
Iremos a por 27. Qué remedio.
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