Me sigue encantando Amberes, esa ciudad cuyo símbolo es la mano que le cortó un joven de la ciudad al gigante que la tiranizaba, liberando a sus ciudadanos de su yugo, y la lanzó al Schelde, el río que atraviesa la ciudad y que está ahí mismo, al lado de la Gran Plaza con la estatua que celebra el acto heróico.
Y sin embargo me choca que una ciudad tan especial esté gobernada por un gobierno de ultraderecha, xenófobo como es el Vlaams Belang, que reclama la independencia de Flandes pero no sólo... Y me choca que una mayoría de sus ciudadanos haya elegido un gobierno así. Sin embargo, cuando estuve hace una semana, la ciudad celebraba el orgullo gay como si no hubiese un mañana... No me cuadra. Parece como si por ser normales con algunos temas pensasen que con los demás da igual.
Pero este año todos hemos oído hablar mucho de Waterloo, por el bicentenario de la derrota de las tropas de Napoleón por parte de las inglesas bajo el mando del Duque de Wellington. Estuve hace allí algunos años por primera vez, pero por motivo del bicentenario han abierto un museo impresionante con una película en 3D con pantalla panorámica que te hace sentir en medio de la batalla. Qué bestias eran y qué poco valía la vida, poniendo a tantos soldados como carne de cañón y que sabían que iban como tal. El león conmemora la batalla, pero las vistas desde arriba muestran esos campos en la actualidad tan pacíficos pero que entonces fueron el escenario de una batalla tan cruenta.
Waterloo fue una derrota histórica que cambió los planes de Napoleón, que a saber dónde hubiese llegado si no, en vez de al destierro en la isla de Elba. No es que los otros fueran más fuertes ni mejores, porque al parecer ganaron no por fuerza propia sino por el apoyo final de los prusianos cuando ya estaban bastante flojos. En cualquier caso ahí sigue el campo de batalla, como símbolo de una derrota inmensa. Ya lo cantaba Abba, aunque esa batalla era la del amor, que también lleva sus bajas a lo largo de la historia, no cabe duda :-).
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