sábado, 16 de mayo de 2015

Somos inmortales

Otro año he vuelto a pasar dos días de la madre en silencio, pero los de este año no me han dejado indiferente. Hablo en plural porque uno era el español y otro el alemán, y encima dos domingos seguidos. Siempre he pensado que estas cosas son tonterías, pero como me siento madre por partida doble, los dos últimos domingos han sido míos. Así se lo he hecho saber a mis hijas: que por mi doble nacionalidad y lo que rindo como madre, que me merecía los dos días. Por suerte mis hijas, que siempre me ponen en mi sitio, se ocuparon de dejar claras las cosas: pero si siempre he dicho que el día de la madre es una fiesta consumista y sin importancia, que no viniese con tonterías ahora.

Pero es que hay cosas que si no las dice una no las dice nadie. Pienso que todo lo que se diga de nosotras las madres es poco. Nos merecemos un monumento, y si no nos lo pone la sociedad, nos lo tendremos que poner nosotras mismas. Por supuesto que los hombres son padres, padrísimos y amantísimos de sus hijos también, pero creo que jamás llegarán a comprender ciertas cosas. Mucha culpa la tiene la sociedad y nosotras mismas, pues a nosotras nos socializan con la idea del sacrificio por los demás grabada en la frente, y a ellos no. Ellos piensan que para ellos todo es posible, porque así se les educa, y nosotras pensamos que no: que algo se queda en el camino, y si lo queremos todo, el sentimiento de culpa que llevamos dentro se encargará de recordarnos que todo no se puede. Y ahí nos ponemos nosotras nuestra propia trampa: para nosotras nuestros hijos son lo principal, y ahí perdemos en autonomía en beneficio de los hombres. Tal cual.

Sin embargo, no hay nada mejor que ser madre, y por eso, aunque llegue tarde, como siempre últimamente, me pongo a mí misma ese monumento del que hablaba antes, a mí y a todas las madres que luchamos día a día por poner a nuestros hijos en un buen lugar de salida para su futuro sin nosotras. Todas luchamos frente a unos problemas u otros, todas flaqueamos en momentos duros y dudamos de todo, pero por nuestros hijos somos capaces de todo.

Mis hijas me han dicho últimamente varias veces que yo soy inmortal. Admito que tal ocurrencia me resarce de muchas cosas. Las madres nos quedamos en el interior de nuestros hijos para siempre. Qué gran tributo. 

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