Me esperaba muchísimo menos de la película, pero tengo que decir que he salido maravillada del cine. Todos hemos visto imágenes y hemos oído hablar de Stephen Hawking en la vida real, pero desconocemos cómo llegó a estar preso de su cuerpo con esa inteligencia excepcional. Sorprendente su vida privada, y esa mujer que estuvo ahí detrás siempre y que le empujó en todo momento. Sin ella él no habría llegado donde llegó, aunque eso, como suele ser en estos casos, ahora dé ya igual. Pero es que ése es el asunto, que muchas cosas en la vida parecen dar igual. Se suceden los hechos en cada día de nuestras vidas como secuencias encadenadas y vivimos nuestro tiempo como si no tuviese ni principio ni fin. No entiendo de agujeros negros, ni de física cuántica, ni de la relatividad en el sentido físico, ni de prácticamente nada de lo que explica la astrofísica. Pero sí que sé de todas esas cosas en sentido figurado, como la mayoría de los humanos. El científico Stephen Hawking busca el comienzo y el final del tiempo, lo que explicaría cosas que nos situarían de otra manera en el tiempo que no fuesen el calendario o los relojes. Pero el motor del tiempo es, como demuestra la película, el amor. Ésa es una fuerza que nos hace capaces de todo y que nos arrastra en la línea del tiempo, hasta que no podemos más y caemos desfallecidos tras haberlo dado todo.
Les recomiendo ver ambas películas. No puedo decir cuál me ha gustado más. Son diferentes y a la vez comparten tanto y son de esas películas que no se olvidan. Como todo lo que se hace por amor.
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